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Luces y sombras. Resumen de la COP26 de Glasgow

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Luces y sombras. Resumen de la COP26 de Glasgow

Tras un parón de dos años a causa del impacto de la COVID-19, que impidió la celebración de la convención anual en el 2020, los principales países retomaron la celebración del principal foro de discusión acerca del cambio climático, la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático. La vigesimosexta edición celebrada en Glasgow estuvo caracterizada por tratarse de una cumbre de bajo perfil debido a acuerdos políticos de baja ambición, que contienen una escasa visibilidad de la tangibilidad en la consecución del objetivo de reducción de emisiones en el futuro.

RESUMEN DE LA COP26

Así, los principales acuerdos se podrían clasificar en tres grandes bloques:

  • Reducción de emisiones de metano. El metano representa aproximadamente el 15 % del total de gases de efecto invernadero, por lo que el objetivo de reducir en un 30 % las emisiones globales para 2030 podría suponer una reducción del calentamiento global en al menos 0,2 grados para 2050. A pesar de que se disipa de la atmósfera relativamente rápido, el metano atrapa 85 veces más calor que el dióxido de carbono.
  • Deforestación. Más de 130 países, con una representación de más del 90 % de los bosques del planeta, han firmado un acuerdo para detener la deforestación en 2030 y proteger la biodiversidad del planeta con una asignación adicional de unos 20.000 millones de dólares mayoritariamente de carácter privado.
  • En relación con los combustibles fósiles, particularmente el carbón, se han desarrollado varias iniciativas: desde el compromiso de todos los países de la ONU en alcanzar la neutralidad de carbono para el año 2050 hasta la Alianza Financiera de Glasgow para las Cero Emisiones Netas (GFANZ), en la que las entidades financieras se comprometen en acelerar e incorporar la descarbonización de la economía. No obstante, los acuerdos bajo este bloque resultan más ambiguos y destaca la oposición de alguna de las superpotencias como Rusia, China, Australia e India.

A escala regional, varios fueron los países que dibujaron y compartieron sus hojas de ruta con respecto a sus procesos de transición energética. Quizás la más esperada fue el anuncio de los EE. UU. por la anterior salida bajo el gobierno de D. Trump y posterior entrada con J. Biden. El país norteamericano anunció su compromiso de reducción de emisiones entre un 50 % y 52 % en 2030 respecto a los niveles alcanzados en 2005. Otras regiones como la Unión Europea en su conjunto o Alemania en particular anunciaron hojas de ruta parecidas en magnitud y tiempo.

Sin embargo, el papel más complicado lo manejan los países emergentes, los cuales siguieron siendo vocales en exigir a los países desarrollados una mayor responsabilidad en materia de transición energética apelando a la equidad y siguieron argumentando a favor de la separación entre emisiones actuales y emisiones históricas acumuladas. Dos de sus principales exponentes, India y China, destacaron por unos objetivos de mínimos. China anunció que su pico en emisiones sería alcanzado en 2030, lo que le permitiría seguir con emisiones crecientes durante todo el resto de la década, mientras que India sorprendió marginalmente al comprometerse a aumentar sus objetivos de energía renovable dentro de su mix de generación energética, así como su objetivo de emisión neta cero para el año 2070.

INNOVACIÓN TECNOLÓGICA

No obstante, la principal ancla para poder abordar de forma exitosa tales objetivos y poder resolver la crisis climática es la innovación tecnológica, y esta pasa necesariamente tanto por el acuerdo y la voluntad de los agentes económicos y sociales como por un proceso de aceleración tecnológica.

Como ejemplo, según la consultora McKinsey, se estima que se podrían reducir las emisiones de efecto invernadero hasta un 40 % para 2050 con una financiación anual adicional de 17.000 millones de dólares para empresas de tecnología climática emergentes con foco en cinco grupos de tecnologías (electrificación, agricultura, redes energéticas, hidrógeno y captura de gases).

No obstante, la realidad es que la inversión actual y necesaria para tales fines sigue siendo gigantesca y lejos de los presupuestos estatales, por lo que dicha transición debe continuar siendo liderada por el sector privado. Por ello, el acuerdo de la Alianza Financiera de Glasgow para las Cero Emisiones Netas con 450 miembros y 130 billones de activos bajo control no podría ser más oportuno.

El problema es que muchas organizaciones no gubernamentales siguen poniendo en tela de juicio la incidencia de esos fondos y critican que la gran mayoría se instrumentalice a través de préstamos y ayudas a fondo perdido. En tal caso, la desalineación de intereses puede resultar contraproductiva, ya que la distribución de riesgos no fomenta el progreso tecnológico de forma natural y genera un cuello de botella para el principal problema actual, la aceleración en el desarrollo tecnológico. Por ello, hasta que los agentes sigan sin comprender e identificar correctamente los riesgos y no haya una eficiente asignación hacia las tecnologías apropiadas, el punto de estancamiento actual será difícil de solucionarse, aun inyectando cantidades ilimitadas de fondos.

Por último, constatar que el problema se atribuye a todos los países por igual, por lo que estos deben centrarse en reducir sus emisiones a través de un proceso de transición energética. El problema es que muchos de los países en desarrollo carecen de los recursos financieros y la tecnología necesarios para lograrlo. Por este motivo, todos los países acordaron que las naciones industrializadas, con dinero y conocimientos tecnológicos, deben intensificar y aumentar su apoyo financiero a la acción climática en los países en desarrollo, en particular, en los más pobres y vulnerables.